De repente mil recuerdos vienen a mi mente en una de esas noches de desvelo. Sin poder dormir, no paro de darle vueltas a la cabeza sobre lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que en un futuro va a pasar. Recuerdo aquellos días en la primaria cuando escribíamos en una hoja tonto el que lo lea, se lo dábamos al de al lado y nos reíamos de el, creyéndonos los más listos del mundo. Recuerdo cuando mi abuelo me compraba estampas a escondidas de mis padres porque a ellos les parecían chorradas, pero como en el sobre apareciera una pegatina brillante, yo era la niña más feliz del mundo. Recuerdo las tardes sentadas frente a la tele viendo dibujos como tardes de felicidad. Recuerdo cuando fui por primera vez a un cine, y me asustaba de lo alto que se oía. Recuerdo la muerte de la madre de Bambi y Mufasa el de el Rey León como los hechos más trágicodramáticos de mi infancia. Recuerdo cuando eramos 4 inseparables amigas, que decían que esa amistad no se rompería nunca. Y ya no juego con las estampas, no me da miedo el sonido alto de los cines, de hecho me gusta. Ya no veo los dibujos, ni lloro con Bambi y el Rey León, pero daría lo que fuera por entender como esa amistad infinita de niñas de 10 años, se ha roto en cuestión de segundos.
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